domingo, 21 de febrero de 2010

Lo tomaron en serio


3.50 AM. Ana, Mili y yo reunidas frente a una mesa ratona, tomando coca cola. Ocho partidas de poker muertas en un pedazo de papel y la brisa de una conversación sobre casamientos y cremas para peinarse el pelo.

Milagrosa vibración en el bolsillo del jean que es preludio de el ring que me va a librar de las cadenas de la charla boluda que estaba manteniendo con las chicas. Es él, sin dudas ebrio, con más de siete copas de más. Me saluda con un: “¿cómo andás, linda?” y me invita una fiesta en su casa. Trato de estirar la conversación para que me convenza, para que me de razones por las que necesariamente me tengo que ir de la casa de Ana y tengo que sacar de mi boca palabras que honren la racionalidad humana, en vez de seguir esa degradación inminente que acecha en el tema que desde lejos se asoma: “depilación: ¿cera o navaja?”

Me convenció. Me voy para allá. Ya se que es tarde, que la noche está rozando el fin, que él está borracho, que yo estoy sobria; sé que hace frío y que destruyo la reunión con mi partida. Pero si no me voy a ahora, tengo miedo de no irme más. No del lugar físico, sino de la llanura intelectual en la que se hallan insertas mis amigas desde hace varios meses.

Es curioso, pero hace un año, él no me hubiese convencido de irme de la casa de Ana, ni con un ramo de flores y una serenata. En cambio ahora., presentía que las cosas estaban demasiado cambiadas. Ya no comparto nada con ellas. Me aburren, no tengo puntos de conexión con ellas y a veces, me fastidian.

Me despido rápido y salgo airosa de los intentos por mantenerme pegada a un sillón jugando otra partida de naipes.

Tomo el colectivo, línea 152. Desde Cabildo hasta la casa de él se demoran unos quince minutos.

Sucede que apenas subo las escaleras del colectivo vuelve por medio del olfato el recuerdo de una noche de un día, de un mes como este; pero de un año definitivamente diferente. Es el olor a alcohol, a vino de cartón, de vino en damajuana. De vodka mezclado con jugo, de gin con tónica, de fernet, de ron, de pisco. Todo de mala calidad y en cantidades abundantes.

Llego a la casa de la fiesta; llamo por teléfono al anfitrión antes de entrar. Pero él perdió la alegría de unos minutos atrás mientras me invitaba.

Me dice que está muy borracho, que se siente mal. Que pase, que cree que la fiesta sigue, que va a seguir, pero sin él.

Para este momento son las 5.20. ¿Quedarme?, no… irme. Mejor me vuelvo para casa. Otra vez espero que llegue el 152. Tarda un poco más que a la ida, pero llega bastante rápido.

Ahora no es un aroma el que me es familiar. Es todo el ambiente. Tal vez mi abstinencia me haga sentir los olores de forma más aguda, me haga ver la realidad de forma distinta.

No juzgo, observo. Porque yo me vi en todas esas personas que estaban sentadas o paradas; que subían o que bajaban del colectivo. En serio.


Vi al grupo de chicas lindas, borrachas, alegres. Que gritan entre ellas, que cantan, que hacen su pública su noche, su futuro plan, sus intenciones con ese chico, con la vida…

Estaba el borracho con sueño y el dúo de las que con el alcohol se ponen de mal humor, por no decir violentas.

Cuando bajé, cedí el paso a un beodo que había mantenido una charla con una chica bastante ebria a la que le había logrado robar el número de teléfono. Potencial desplante para un desplante llegada la sobriedad.

Hasta casa hay tres cuadras. Hubo más señales de mi ayer que es hoy para muchos: el que se queda en un umbral tratando recuperarse, la que decora la calle con su vómito, el que promete que no toma más, los suicidas que se sacan fotos tirados en el pavimento, arriesgando sus miembros a cambio de la inmortalidad en una máquina digital o, en el mejor de los casos, en un cd.

Los vi y me vi en todos. Estuve en cada vaso que tomaron hoy, en cada juego que hicieron para tomar aún más.

2 comentarios:

  1. Vaya que el esta sobria en un lugar donde los demás están perdidos, puede sacar conclusiones tan buenas que pueden empezar con un nuevo estilo de vida o definitivamente seguir en el mismo sin mover un dedo por salir de ahí.
    Saludos!!!

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  2. jjajaa, muy cierto, yo opté por la segunda. Creo que solo fue verme como me ven los otros cuando estoy sobria.

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