lunes, 12 de abril de 2010

es temprano para el sol


Hace unos años estudié una técnica de pintura que se llama fileteado porteño. Mi primer profesor decía que no hacíamos arte, que el fileteado no era para él más que una artesanía.


Yo creo que no se ajusta totalmente a ese concepto, que viene del vocablo latino «artis-manus», arte con las manos, pero que tampoco califica como arte plástico.


Tiene sus normas, su técnica y, por su supuesto su margen de libertad creativa.
Hay algunos que lo usan como algo meramente ornamental, pero otros hacen verdaderas obras de arte, encuadradas dentro de la técnica.


Después de estar varios años con él, decidí cambiar por otro profesor.

Éste no era tan simpático, ni tan bohemio como el anterior sino que encuadraba perfestamente con la definición de manual de un profesional, cosa que a una amateur como yo puede causar un tanto de temor y/o respeto rverencial.

Avanzaba a un ritmo lento pero constante.

Cuando llevé mi primer boceto propio me felicitó, pero me hizo demasiadas correcciones, que por algo que no se si era falta de capacidad o una especie de pánico escénico, no quería ni podía corregir.
Consensuamos que lo iba a llevar a la próxima clase.

Recuerdo que para el jueves siguiente había llevado el boceto mejorado.
Salí del trabajo, tomé un café en el bar “El Hipopótamo” y me dirigí hasta su taller.

Hacía frío, llegué a la puerta de su casa. Mi mano quedó suspendida delante del timbre y no lo podía tocar.
Había llegado demasiado temprano o demasiado puntual, cosas que para un porteño suelen ser sinónimos.

Di una vuelta manzana, caminé varias veces sobre la calle en la que estaba el atelier.
Comencé a dar otra vuelta manzana y, antes de terminarla volví para la avenida Rivadavia para tomarme el colectivo de vuelta a casa.

Desde ese día no toqué más un pincel ni un lápiz.
De más está decir que no volví a las clases ni contesté los mails que me mandaban del taller. Tampoco se lo había contado a nadie antes.

En el libro Las enseñanzas de Don Juan de Carlos Casteneda, leí hoy algo que me hizo recordar todo esto.
Castaneda le pregunta a Don Juan qué es ser un hombre de conocimiento y éste responde que “…es alguien que ha seguido de verdad las penurias de aprender… Un hombre que, sin apuro, sin vacilación ha ido más lejos que puede desenredas los secretos del poder y el conocimiento.”
Cuando el discípulo de Don Juan le pregunta qué requisitos hay para ser así, el maestro dice que “No hay requisitos. Cualquiera puede tratar de llegar a ser hombre de conocimiento; muy pocos llegan a serlo, pero eso es natural. Los enemigos que un hombre encuentra en el camino para llegar a ser un hombre de conocimiento son de veras formidables, de verdad poderosos; y la mayoría, pues, pierde (…) Ser hombre de conocimiento no tiene permanencia. Uno no es nunca en realidad un hombre de conocimiento. Más bien, uno se hace hombre de conocimiento por un instante muy corto…”

Notable.


PD: No se si tiene demasiado que ver la parte "a" con la parte "b"

Cita de:
Castaneda, Carlos, Las enseñanzas de Don Juan, México, Fondo de Cultura Económica, 1974, p. 106- 107