domingo, 11 de mayo de 2014

Bayer actor



lo había visto en conferencias, había leído libros y artículos de él y sobre él.
había visto y leído entrevistas y me había parecido siempre un viejo hermoso.

nunca lo había visto en el teatro, en el medio de una obra de teatro que, como no podía ser de otra manera era sobre la patagonia trágica.

en este caso sobre un evento preciso de la patagonia trágica; sobre las putas de San Julián que se negaron a atender a los asesinos de los peones rurales de la patagonia en 1922.

no es mi intención hablar sobre el episodio en sí. faltan los adjetivos para expresar la admiración por esas cinco mujeres, únicas voces que llamaron asesinos a los que otros llamaban soldados al servicio de la patria, que Bayer rescató del olvido y, que nunca está demás recordar: Consuelo García, Angela Fortunato, Amalia Rodríguez, María Juliache y Maud Foster.

pero de la obra de teatro nos emociona también otra cosa, tal vez menos abordada en la obra de Bayer, que es él mismo.

la historia de las mujeres en la obra se ve atravesada por la investigación e historia personal de un Bayer joven, un Bayer adulto y un Bayer real.

un Bayer que conmueve con solo aparecer en la escena, porque es la personificación de todos los valores nobles a los que podemos aspirar como seres humanos.

un hombre con convicciones puestas en práctica, puestas en hechos.

un intelectual con todo el peso de la palabra. de esos que se involucran con la vida y ponen al servicio de la sociedad sus armas, sus ideas y su vida.

un Bayer que emociona al encontrarse con su fallecida madre, que le dice que está orgullosa de él y a la que él responde que extraña.

que convence hasta a la muerte de que no lo lleve, que tiene muchas cosas por hacer, que tiene ganas de vivir.
un Bayer que hasta se atreve a interpelar, acusar y juzgar a la muerte por los militantes muertos por el terrorismo de Estado argentino.

y uno... se siente tan poca cosa al verlo. uno se siente tan poco reflejo de todas las convicciones elogiables de Bayer.





es un referente, uno de esos pocos intachables que abraza todas las causas válidas y, que sin dejar de reconocer y celebrar las mejoras ocurridas en el país, no deja de denunciar todas las cosas que quedan por hacer; nos dice que no nos podemos quedar nunca en un sillón de comodidad y conformidad sino que hay que seguir luchando y trabajando todos los días por la defensa de los derechos humanos, por las necesidades de los más abandonados, porque no haya represiones a los movimientos populares, por no dejarnos engañar por el poder polítco, porque la democracia y los derechos se persiguen, se defienden y se construyen con la lucha de todos los días.

y nos enseña con su vida, que nada de esto es fácil, sino que puede costar la vida, 8 años de exilio, ver los libros de uno quemados, prohibidos, ver a los amigos muertos o desaparecidos, y la soledad... ese inevitable estado temporal de quienes abrazan sus ideas y no negocian los derechos.

es, sin duda, uno de los imprescindibles de los que hablaba Becht.

Gracias Osvaldo.