lunes, 7 de diciembre de 2009

¿Seguro que somos todas iguales?



Leí tres libros en las últimas semanas.

Tres libros sugieren ser tres opiniones de la vida y, tres libros escritos por tres hombres diferentes sugieren ser tres visiones de tres mujeres distintas.

A veces se peca por exceso, otras por defecto; a mi me puede parece más simpática una u otra, lo bueno es que para cada zapato hay un pie. Veamos

1.
Nos dice el mexican writter Guillermo Fadanelli que:

“Ay de quien se enamore de una cicatriz: jamás volverá a mirar el mundo con calma. Tampoco cuando cierro los ojos soy capaz de dibujar en mi mente las expresiones de su rostro cuando concentraba en sus asuntos lamía mi verga o me mordía las piernas. Que una mujer se atreviera a roerme las piernas ha sido un halago inmerecido pues mis piernas no son más que huesos recubiertos de una piel lampiña que sólo cumple funciones corrientes. En cambio sus piernas despertaban el canibalismo: tensas, hermosas como dos cervatos recién nacidos.”

2.
Nos cuenta Houllebecq, o el personaje que este interpreta que:

“Véronique estaba “en análisis”, como suele decirse, ahora me arrepiento de haberla conocido. Hablando en general, no hay nada que sacar de las mujeres en análisis. Una mujer que cae en manos de un psicoanalista se vuelve inadecuada para cualquier uso, lo he comprobado muchas veces. No hay que considerar este fenómeno un efecto secundario del psicoanálisis, sino simple y llanamente su efecto principal. Con la excusa de reconstruir el yo los psicoanalistas proceden, en realidad, a una escandalosa destrucción del ser humano. Inocencia, generosidad, pureza… trituran todas esas cosas entre sus groseras manos. Los psicoanalistas, muy bien remunerados, petenciosos y estúpidos, aniquilan definitivamente en sus supuestos pacientes cualquier aptitud para el amor, tanto mental como físico; de hecho se comportan como verdaderos enemigos de la humanidad. Implacable escuela de egoísmo, el psicoanálisis ataca con el mayor cinismo a chicas estupendas pero un poco perdidas para transformarlas en putas innobles, de un egocentrismo delirante, que ya sólo suscitan un legítimo desagrado. No hay que confiar en ningún caso en una mujer que haya pasado por las manos de los psicoanalistas. Mexquindad, egoísmo, ignorancia arrogante, completa ausencia de sentido moral, incapacidad crónica para amar: éste es el retrato exhaustivo de una mujer “analizada”.

Por último y, casi de yapa, el punto medio virtuoso que más me gusta. Marechal, en su personaje de Megafón nos dice en un diálogo:

“ -Tengo una mujer que duerme conmigo todas las noches y se despierta conmigo todas las mañanas. Cuadno se acuesta es una diosa y cuando se levanta es un mascarón de proa derretido en sus cosméticos. ¡Adoro sus contradicciones! … ella destruye a su hombre y en seguida se asombra de verlo destruído. A veces me da señales de su defunción inmediata; y cuando me dispongo a llorar en su tumba, ella resucita inesperadamente, se cubre de pimpollos, baila su jazz y devora su estofado como una huérfana. Otras veces, cuando la miro en todo el esplendor de su forma, ella se arruga de repente, se desinfla, cae a mis pies; y le debo insuflar mi propio aire para que no regrese a la nada ¡Yo no se qué haría sin Isabel”
- ¿Se llama Isabel?
- Familiarmente…. la llamo conjunción adversativa….Nací para su amor… y desde toda la eternida vengo sabiendo que a cualquier observación o juicio que yo formule opondrá ella un “sin embargo”, un “pero”, un “auqnue” ineludibles… Ella tiene la virtud, el don o la gracia de oscurecer todo lo claro, enrevesar todo lo derecho, complicar todo lo simplr y hacer dudoso todo lo seguro…”

Ahora, si después de estos testimonios siguen diciendo que todas somos iguales, que me parta un rayo!



Citas de:
Fadanelli, Guillermo, Malacara, Barcelona, Anagrama, 2007, p. 69
Houllebecq, Michel, Ampliación del campo de batalla, Barcelona, Anagrama, 2007, 7º ed., p. 115
Marechal, Leopoldo, Megafón o la guerra, Buenos Aires, Planeta, 1994, p. 185- 186