lunes, 15 de marzo de 2010

cuando ya me empiece a quedar solo...


Nadie duda en defender a los gatitos abandonados en las calles.

Yo tampoco. Escribo desde mi notebook con Roque tirado al lado mío, a la espera de que lo acaricie.

Pocos se atreverían a pensar que un niño no es merecedor de cariño, de alimentos, de atención.

Pero nuestros actos como sociedad demuestran desprecio hacia los viejos. A veces intencionalmente, otras por inacciones.

En mi ciudad los viejos, los abuelos, son olvidados, son una carga, son un peso y un gasto más para las familias.

Es la filosofía de la fábrica aplicada a la vida, a los hombres. Hay que ser productivo, útil y quien no lo sea molesta y debe ser desvinculado del trabajo.

En la última novela que leí de Houellebecq, el autor, en medio de un discurso futurista relata que la vejez provoca sufrimientos morales: “Envejecer no parece haber sido agradable en ningún momento de la historia humana.”

La novela evoca el pasado, que es en realidad nuestro presente y dice que “...el cuerpo deteriorado y desfigurado de los viejos ya era objeto de una repugnancia unánime...”.

Cuenta las numerosas muertes que ocurrían por falta de ciudados a las personas mayores: “...este mismo periódico publicó una serie de reportajes terribles, ilustrados con fotos dignas de campos de concentración, en los que se describía la agonía de los viejos amontonados en salas comunes, desnudos en sus camas, con pañales, gimiendo todo el día sin que nadie acudiera a rehidratarlos ni darles un vaso de agua; en los que se describía la ronda de enfermeras, incapaces de comunicarse con las familias de vacaciones, recogiendo regularmente los cadáveres para hacer sitio a los recién llegados.”

Más allá del relato ficcional ambientado en un futuro lejano, no nos parece tan inverosimíl, cuando lo contrastamos con la crónica de viaje de Ernesto Guevara por América Latina, donde relata su visita como médico a una anciana.

“La pobre daba lástima, se respiraba en su pieza ese olor acre de sudor concentrado y patas sucias... Sumaba a su estado asmático una regular descompensación cardíaca. En estos casos es cuando el médico consciente de su total inferioridad frente al medio, desea un cambio de las cosas, algo que suprima esa injusticia que supone que la pobre vieja hubiera estado sirviendo hasta hacía un mes para ganarse el sustento, hipando y penando, pero manteniendo frente a la vida una actitud erecta. Es que la adapctación al medio hace que en las familias pobres el miembro de ellas incapacitado para ganarse el sustento se vea rodeado de una atmósfera de acritud apenas disimulada; en ese momento se daja de ser padre, madre o hermano para convertirse en un factor negativo... objeto de rencor de la comunidad sana que le echará la enfermedad como si fuera un insulto personal a los que deben mantenerlo.”

Citas:

Houllebecq, Michel, La posibilidad de una isla, Madrid, Alfaguara, 2005, p. 82- 83

Guevara, Ernesto, Diarios de motocicleta. Notas de un viaje por América Latina, Buenos Aires, Planeta, 2003, p. 103- 104